LA OFI REAL/Desde Rivera/EXCLUSIVO/Por el profesor TABARE MELOGNO RENDO para Diario Uruguay.
El profesor Carlos Walter Cigliuti, fue un dirigente que dejó profunda huella en la Organización del Fútbol del Interior (OFI).
No sólo porque en los aspectos institucionales fue conductor señero y lúcido y supo siempre conciliar y unir la voluntad de dirigentes y afiliados, para luchar por la semilla que otros grandes como él habían sembrado, para que diera los frutos con los que siempre soñamos todos: «sentir muy hondo lo que es el fútbol del interior «.
La tan llevada y traída «integración» tuvo en él un tenaz luchador, siempre pronto a sortear las dificultades y los escollos, siempre dispuesto a encontrar los caminos del diálogo y la conciliación, pero también siempre firme, para defender con igual tenacidad y claridad de ideas, los quereres y los sentires de esa gente que vibra, con los triunfos y sufre con las derrotas, que enfrenta fervorosamente las luchas deportivas y también los conflictos ideológicos, pero que se siente, por encima de todo, fraternalmente unida en la defensa de su querido fútbol chacarero. Y además, todo lo hizo Don Carlos, con una simpatía y una calidez humana que lo acercaba a todos aquellos que tuvimos la felicidad de tratarlo, porque nos hacía sentir que nos comprendía, nos escuchaba, nos respetaba, y si creía que estábamos en el error, buscaba, en el análisis de las discrepancias, los necesarios caminos del encuentro y de la unidad. Pero no sólo en OFI – como no podía ser de otra manera – la figura de Cigliuti, alcanzó relieves extraordinarios.
Durante muchos años en su condición de docente, presidió las Asambleas de Profesores de Enseñanza Secundaria, llamadas entonces «del artículo 40» y que se han prolongado hoy en las Asambleas Técnico – Docentes. En ellas, y en un ambiente muchas veces agitado por las disputas ideólogicas, técnicas y aún políticas, Don Carlos fue una garantía de imparcialidad en la conducción y muchas veces su ponderada gestión, permitió lograr difíciles conciliaciones y colaboró en la búsqueda de resoluciones trascendentes, al mismo tiempo que, enfrentó, cuando fue necesario a autoridades que no siempre aceptaban de buen grado las decisiones de los docentes.
Fue también un destacado hombre público, que alcanzó altos cargos y distinciones.
A todos ellos les dio algo de su «impronta» personal.
En todos estuvo siempre dispuesto a abrirse a las sugerencias y a las críticas.
En suma fue un hombre de bien.
Cuando falleció, todos tuvimos la sensación de una pérdida muy importante.
Hoy, el paso del tiempo, nos permite evocarlo con serenidad y pensar que en estos tiempos revueltos, su presencia, como antes, haría mucha falta.
Don Carlos W. Cigliuti nació en el departamento de Canelones el 12 de noviembre de 1916. Realizó cursos en la enseñanza media, desempeñando tareas docentes como profesor de Historia en el Liceo Tomás Berreta desde el año 1942.
Nº 299 – TOMO 358 – 14 DE ENERO DE 1994
REPUBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY
DIARIO DE SESIONES
DE LA
CAMARA DE SENADORES
CUARTO PERIODO ORDINARIO EXTRAORDINARIO DE LA XLIII LEGISLATURA
70ª SESION EXTRAORDINARIA
PRESIDEN LOS DOCTORES GONZALO AGUIRRE RAMIREZ Presidente
y WALTER R. SANTORO Primer Vicepresidente
ASISTE: EL SEÑOR MINISTRO DE SALUD PUBLICA, DOCTOR GUILLERMO GARCIA COSTA
ACTUAN EN SECRETARIA EL TITULAR SEÑOR MARIO FARACHIO Y EL PROSECRETARIO SEÑOR DARDO ORTIZ ALONSO
Es de público conocimiento, naturalmente, que militó en el Partido Colorado desde 1933 a muy temprana edad, habiendo sido electo diputado para el período 1967-1972 en representación del sector de Unión Colorada y Batllista.
SUMARIO
1) Texto de la citación
2) Asistencia
3) Solicitud de sesión
– Se resuelve celebrar sesión.
4) Señor senador Profesor Carlos W. Cigliuti. Su deceso
– Manifestaciones de varios señores senadores.
– El Senado resuelve ponerse de pie y guardar un minuto de silencio en homenaje a la memoria del ciudadano desaparecido, enviar ofrenda floral al velatorio, participar por la prensa, hacerse cargo de los gastos del sepelio, remitir la versión taquigráfica de lo actuado en el Cuerpo a sus familiares y designar al señor senador doctor Américo Ricaldoni para que, en representación del Senado, haga uso de la palabra en el acto del sepelio.
5) Se levanta la sesión
En junio de 1967 pasó al Senado en calidad de suplente del doctor Héctor Luisi, que fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores.
1) TEXTO DE LA CITACION
«Montevideo, 14 de enero 1994.
La CAMARA DE SENADORES se reunirá en sesión extraordinaria, hoy viernes 14, a la hora 17, a fin de hacer cesar el receso y tributar homenaje en memoria del señor senador Carlos W. Cigliuti fallecido en el día de la fecha.
LOS SECRETARIOS».
don Carlos W. Cigliuti. Por el contrario, ostentaba en el más alto grado la virtud de ser un enamorado del pedazo de tierra en que había nacido y vivido prácticamente todos los días de todos sus años, saliendo de él nada más que para venir a Montevideo a cumplir con las funciones con que lo había honrado la ciudadanía, en las urnas.
2) ASISTENCIA
ASISTEN: los señores senadores Alonso Tellechea, Amorín Larrañaga, Arana, Astori, Batalla, Belvisi, Blanco, Bouza, Bouzas, Bruera, González Modernell, Grenno, Irurtia, Millor, Olascoaga, Pereyra, Pérez y Ricaldoni.
FALTAN: con licencia, la señora Senadora Priore; con aviso, los señores senadores Cassina, Gargano, Jude, Korzeniak, Silveira Zavala y Zumarán y, sin aviso, los señores senadores Elso Goñi, Librán Bonino, Ramírez y Urioste.
3) SOLICITUD DE SESION
SEÑOR PRESIDENTE. – Está abierto el acto.
(Es la hora 17 y 10 minutos)
-Corresponde votar si se levanta el receso a efectos de celebrar sesión en homenaje a la memoria del distinguido integrante de este Cuerpo, el señor senador Carlos W. Cigliuti, fallecido en el día de la fecha.
(Se vota:)
-17 en 17. Afirmativa. UNANIMIDAD.
Está abierta la sesión.
«Ninguna condición intelectual -dijo él entonces- sirve para nada si no se basa en una profunda pasión de amor, de solidaridad y de ayuda. En ese sentido, Cigliuti no va a morir, ya que quedará en el recuerdo de los habitantes de este país.
4) SEÑOR SENADOR PROFESOR CARLOS W. CIGLIUTI. Su deceso.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Belvisi.
SEÑOR BELVISI. – Señor presidente: como es notorio, el Cuerpo se ha reunido en el día de hoy para rendir homenaje a la memoria de quien fuera uno de sus más brillantes y destacados integrantes. Antes de comenzar a pronunciar nuestras palabras de recordación y de homenaje, queremos agradecer la presencia en esta sala, del señor ministro de Salud Pública, doctor Guillermo García Costa, que así da muestra de su adhesión a este acto. Es, también, tarea muy difícil para nosotros, en nombre del sector político que representamos, el Foro Batllista, hacernos cargo de expresar algo de lo mucho que se podría destacar de este brillante parlamentario y hombre público a quien adornaron tantas virtudes y méritos durante su trayectoria como ciudadano, así como de las distintas actividades en las que se distinguió a lo largo de su extensa vida, máxime cuando nos embarga un hondo pesar y un inmenso dolor, confundidos con una profunda tristeza.
Don Carlos W. Cigliuti nació en el departamento de Canelones el 12 de noviembre de 1916. Realizó cursos en la enseñanza media, desempeñando tareas docentes como profesor de Historia en el Liceo Tomás Berreta desde el año 1942. En este aspecto cumplió también una destacadísima actuación como profesor vinculado durante muchos años a la juventud, a la que orientó y formó en las aulas de los liceos. Y podríamos decir que su función docente, en el más amplio sentido de la palabra, se cumplió hasta el último día de su vida en relación con quienes tuvimos el privilegio de trabajar a su lado y de tratarlo en la actividad política y parlamentaria. Es de público conocimiento, naturalmente, que militó en el Partido Colorado desde 1933 a muy temprana edad, habiendo sido electo diputado para el período 1967-1972 en representación del sector de Unión Colorada y Batllista. En junio de 1967 pasó al Senado en calidad de suplente del doctor Héctor Luisi, que fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores. Luego, en virtud del retorno al Senado del titular, Cigliuti volvió por su parte, a la banca de la Cámara Baja el 27 de abril de 1968 pero cuando aquél fue designado embajador en los Estados Unidos, retomó su puesto en el Senado.
Señor presidente: el señor senador Cigliuti intervino también en distintos foros como el celebrado en Chile en 1952, Congreso José Toribio Medina. Además, presidió la Cuarta y Quinta Asambleas Nacionales de Profesores de Enseñanza Secundaria -convocadas conforme a la ley de acuerdo al Estatuto del Profesor- a las cuales dedicó mucho de su esfuerzo, trabajo, tesón, inteligencia y pasión.
El señor senador Cigliuti es, además, cofundador de «La Razón» de Canelones, periódico que dirigió desde 1942. Quizás nosotros por ser un poco más jóvenes no conocimos en profundidad esta tarea, pero podemos decir que la faceta periodística de su personalidad fue cumplida y desarrollada con brillantez. Asimismo, es importante resaltar que obtuvo una mención honorística en concursos realizados en Buenos Aires sobre el tema «Artigas y su influencia en el federalismo argentino», trabajo que aún no ha sido publicado. En este sentido, tenemos una deuda más con él. Por otro lado, recibió también una mención de la O.E.A. por su trabajo «Sesquicentenario de los hechos históricos de 1825» sobre el tema «Artigas y su significación histórica». Como se puede apreciar, su quehacer en este aspecto siempre estuvo vinculado con su tarea de profesor de historia. También publicó dos libros: «Vida de don Tomás Berreta» y «El Batllismo de Canelones». Su sabiduría y su inteligencia, lo llevaron a concretar, en base a sus principios batllistas, estas obras que recogen parte de su conocimiento y pasión por su partido.
Hoy debemos reconocer que Carlos Cigliuti era un hombre lleno, en su alma y en su corazón, de valores humanos superiores, ésos que sabía trasmitir a los demás cuando hacía aflorar la sensibilidad que siempre llevaba dentro de sí.
El 27 de julio de 1972 fue designado Subsecretario de Defensa Nacional y renuncia, con el ministro Legnani, el 19 de octubre del mismo año, acompañando entonces la fórmula de ese Ministerio. Posteriormente, el 25 de noviembre de 1984 es electo senador por el sublema Unidad y Reforma, Lista 15 del Partido Colorado, el 26 de noviembre de 1989 es reelecto para integrar el mismo Cuerpo al que perteneció hasta el día de hoy. Pero además, el senador Cigliuti, cumplió una labor trascendente en una institución deportiva de enorme arraigo en el interior del país. Me refiero a la brillante actuación que tuvo en la conducción de la Organización del Fútbol de Interior en su calidad de presidente durante más de un período en los que fue destacada su calidad de impulsor de distintos proyectos en favor de esta rama del deporte de tierra adentro. Y como en esta actividad, también el senador Cigliuti estuvo siempre unido a otras de carácter social, deportivo, cultural, industrial y comercial de su departamento natal y de ellas recogerá, sin duda, siempre, el testimonio y la expresión de reconocimiento por su vasta y enriquecedora tarea en favor de su comunidad.
Más allá de los datos biográficos y de la reseña de su actividad, creemos que al senador Cigliuti lo distinguieron muchas virtudes que de nuestra parte sería imposible sintetizar. De todas maneras, quizás hay un aspecto de su vida y de su acción, de su manera de ser y de su conducta, que nosotros desearíamos destacar sin perjuicio de su larga trayectoria como profesor, de su intensa y destacada actividad política, de su defensa de los principios democráticos, de su pasión batllista y de tantos otros valores que adornaron su vida: su calidez humana.
Quienes tuvimos el privilegio de participar en foros, o en reuniones de esta actividad parlamentaria con él, podemos dar fe y testimonio de esa calidez humana, de esa cordialidad, de su estilo de vida, de su honradez, de su austera y honesta vida. Digo que debe ser un símbolo para muchos y que la vida y la conducta del señor senador Carlos W. Cigliuti siempre resultará un punto de referencia y un ejemplo a imitar por las generaciones presentes y futuras.
Deseamos hacer llegar, en nombre de nuestro sector político nuestras condolencias a su señora esposa, a su hija, a sus nietos y demás familiares y nuestros deseos de que los méritos y virtudes que adornaron al senador, sirvan tal vez para ayudar a mitigar tan sentida pérdida.
Muchas gracias.
Creo que no existen dos opiniones en el Senado: Carlos Cigliuti sabía despertar como nadie las mejores emociones cuando vivíamos trances de este tipo.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Pereyra.
SEÑOR PEREYRA. – Señor presidente: en la dolorosa circunstancia en que el Senado de la República se reúne para rendir homenaje a un hombre que honró a la institución parlamentaria, como fue el senador Carlos Walter Cigliuti, deseo dejar sentado el reconocimiento a su personalidad y labor en nombre de nuestro sector político. Pero quiero decir que más allá de investir dicha representación, voy a volcar sentimientos personales, en virtud del largo lapso en que me tocó compartir con el señor senador Cigliuti bancas parlamentarias, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Allí aprendí a conocer a este hombre magnífico, a este ciudadano austero, como acaba de señalar con acierto el señor senador Belvisi, de vida ejemplar y modesta, expresión fiel de vocación republicana, de cumplimiento de una misión de servicio con firmeza y al mismo tiempo con la modestia de aquellos que, a fuerza de pasar por la vida y golpearse con ella, van dejando de lado todo rasgo de soberbia para reconocer cuán pequeños somos en nuestro pasaje por la Tierra.
Cuántas veces oímos en este Cuerpo al senador Cigliuti levantar su voz para despedir a hombres públicos, a quienes han servido a la República, porque sentía como cosa suya esa misión. Cuando caía uno, de cualquier partido que fuera, el señor senador Cigliuti sentía que lo hacía uno de los suyos, de los que habían hecho de su vida la forma de servir mejor a la sociedad que integramos, a la República, a sus instituciones democráticas, a su cultura y a todo lo que a ella la distingue y la honra. Habló por muchos, y hoy lo hacemos por él, despidiéndolo y sintiendo que nos deja un inmenso caudal de recuerdos, de emociones, de discusiones y de solidaridades; sintiendo que se va, aunque no sea de nuestro Partido, uno de los nuestros, de los que ha hecho de la causa pública, de la función política, el más alto rumbo de su existencia.
Obviamente -¿quién no lo sabe?- el señor senador Cigliuti fue hombre distinguido del Partido Colorado y estaba dispuesto a defenderlo en todas las circunstancias, porque lo amaba con pasión. Dentro de este sector, ¿quién no sabe que el señor senador Cigliuti fue un batllista ortodoxo, convencido de las enseñanzas y trayectoria del señor José Batlle y Ordóñez? Sin embargo, como colorado y batllista, militó en un partido sintiendo que éste no era el fin en sí mismo, sino el instrumento para servir a la sociedad. El partido fue la herramienta que eligió para esa larga trayectoria de servicio que jalonó toda su vida.
Lo recordamos como polemista ardoroso, ya que en los enfrentamientos políticos levantaba su voz enérgica y firme en la defensa de sus convicciones; pero pasado el momento, el calor de la discusión, se podía ver que detrás estaba la sonrisa amable, la mano franca, el ademán cordial del compañero de tareas. Terminada la polémica y también en pleno debate era un caballero en todo el sentir que a través de los tiempos pueda darse a esa expresión.
Como decimos, la vida de este hombre estuvo llena de pasiones ardorosas por su partido, por su país y por la democracia, a la que sirvió en todas las instancias, por la forma en que tuvo que luchar por las instituciones, cada vez que éstas fueron derribadas en dos etapas de su vida y, naturalmente, la más dolorosa fue la que está más cercana en el tiempo. También allí lo recordamos formando la legión de los que pugnaban por encender cada vez más fuerte la llama de la resistencia, para terminar con la barbarie e imponer nuevamente el derecho.
A nuestro juicio, fue un legislador que tuvo las dos cualidades esenciales que debe tener como tal: responsabilidad y fervor en el cumplimiento de su misión. Responsabilidad, para prestigiar a la institución, para responder al mandato de quienes en él habían depositado su confianza para hacer honor a las instituciones democráticas; para caminar, como siempre lo hizo, con paso firme, seguro de que en la verdad o en el error había volcado con pasión -reitero esta expresión- lo que sentía como su verdad, y por eso se hacía respetado y respetable. Esta reiteración de la palabra «pasión» es porque sentimos que quizá la característica esencial de la personalidad del señor senador Cigliuti, de lo que él emanaba cuando se enfrentaba a los debates parlamentarios y a la tarea política, era ese fuego de pasión que inundaba su alma.
No hay político que pueda prescindir de esa llama con mayor o menor intensidad. La pasión en la acción política, lejos de ser un defecto, es una virtud; es la sensación clara de que se cree en aquello que se está diciendo, en aquello por lo que se está luchando. Por ello se pone, en la palabra y en la lucha, todo el calor y la fuerza que es capaz de alimentar el espíritu humano.
Cigliuti sentía pasión por su país, pasión por la cultura; lo recordamos en las Comisiones de Presupuesto, bregando siempre por procurar incrementar los rubros para que la enseñanza y la cultura de la República siguieran manteniendo las características que la han honrado a través de toda su existencia.
Este hombre quiso forjar un país con el que soñó y quizás todos soñamos, un país donde se cultive la suprema virtud de la democracia, que es la tolerancia; donde por medio de la paz social se asegure la paz integral del país; donde mediante la justicia social se logre la convivencia pacífica. En realidad, como decía el señor senador Belvisi, no se encuentran fácilmente las palabras para definir a este hombre singular que fue Carlos Cigliuti, el compañero del Parlamento con quien convivimos desde 1962 -fecha en que ingresó a la Cámara- hasta hace pocos días, el hombre a quien siempre respetamos, que se supo hacer querer por amigos y por adversarios políticos, que supo discutir con ardor sin ofender a sus contrincantes circunstanciales. Hoy, el viejo caballero ha rendido su espada: honor a él.
Y para cerrar estas palabras, en lugar de evocar el dolor por la muerte y de sentir que nos debatimos en su sombra, seguramente Carlos Cigliuti hubiera querido que un rayo de luz apareciera para cerrar estas palabras, y por ello, simplemente, queremos decir: ¡Viva la República!
Carlos Cigliuti -no voy a decir por sobre todas las cosas, pero sí como una de las aristas definitorias de su personalidad- un defensor permanente, combativo y tenaz, de su partido político, el Partido Colorado.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Astori.
SEÑOR ASTORI. – Debo comenzar por decir que la bancada del Frente Amplio ha recibido con muchísima tristeza la noticia del fallecimiento de nuestro colega y compañero, el señor senador Carlos Cigliuti. La recibimos con mucha tristeza porque todos los integrantes de nuestra bancada habíamos aprendido al igual que los demás componentes del Cuerpo, a quererlo muchísimo en estos años en que nos tocó compartir tareas con él.
En la XLIII Legislatura del Senado hay personas, como el señor senador Pereyra, que compartieron más de tres décadas de trabajo con Carlos Cigliuti. A nosotros -en particular, a algunos- nos tocó compartir mucho menos tiempo, pero aunque éste fue inferior en cantidad, fue -y al decir esto, creo representar a todos mis compañeros de trabajo- sumamente intenso en calidad de comunicación política. Por eso aprendimos a quererlo tanto, y a ello se debe la tristeza que sentimos en el día de hoy. Esta tristeza quizá se vio incrementada porque habíamos recibido con gran satisfacción, en su momento, la información de que Carlos Cigliuti había superado con éxito aquel quebranto de salud que tuvo recientemente.
Es muy difícil, señor presidente, pronunciar una oración fúnebre en el día de hoy, porque la tristeza nos embarga ante la desaparición, antes que nada, de un hombre bueno, de un hombre muy bueno. Es difícil, también, porque se trataba de un político muy experiente y, a mi juicio, extraordinariamente inteligente. Además, lo es por lo que recordaba el señor senador Pereyra, en cuanto a que todos reconocíamos en Carlos Cigliuti a un maestro en ocasiones como la que hoy estamos viviendo.
Es extraordinariamente difícil devolverle hoy al menos una pequeña parte de la emoción que él siempre sabía despertar en estas situaciones. Creo que no existen dos opiniones en el Senado: Carlos Cigliuti sabía despertar como nadie las mejores emociones cuando vivíamos trances de este tipo. La última oportunidad que recuerdo fue la muerte de Atahualpa Del Cioppo, cuando con sentidísimas palabras, como era su costumbre, recordó no sólo la vida de Atahualpa sino también su historia en Canelones, su querido departamento.
Asimismo, en ese recuerdo de Canelones de los años treinta quisiéramos incluir al viejo Liceo de don Jaime Borboné, al que concurrió Cigliuti, que posteriormente recibió el nombre de Tomás Berreta.
A la unanimidad con que todos reconocíamos esa condición, y que hoy hace especialmente difícil referirse al menos con una pequeña parte de la emoción que él sabía volcar, deseo agregar que consideramos que este es el momento de reconocer que si Carlos Cigliuti era un maestro para despertar esas emociones, ello se debía a que las llevaba adentro. Nadie puede comunicar a los demás lo que no lleva dentro de sí mismo. Por lo tanto, hoy debemos reconocer que Carlos Cigliuti era un hombre lleno, en su alma y en su corazón, de valores humanos superiores, ésos que sabía trasmitir a los demás cuando hacía aflorar la sensibilidad que siempre llevaba dentro de sí.
Todos los legisladores del Frente Amplio, y seguramente todos los integrantes del Senado de la República, encontramos siempre en Carlos Cigliuti a un hombre de permanente diálogo; aun ante el problema más difícil tenía siempre una actitud proclive a la conversación, a la búsqueda de acuerdos, al encuentro de soluciones. Vaya si en estos años hemos tenido que conversar con Carlos Cigliuti todos los integrantes del Senado acerca de problemas muy difíciles; siempre encontramos en él una actitud de diálogo, jamás hubo un rechazo a priori ante ningún planteo.
Además, también era un hombre que analizaba los problemas con mucha inteligencia y, sobre todo, con mucha experiencia, toda la que acumuló a lo largo de tantos años en el Parlamento, lo que le permitía, ante cualquier situación que debiera ser analizada o acción que tuviera que examinar, adoptar una actitud con la mesura y la profundidad necesarias para dirimir, con la mejor postura, el dilema en que podía hallarse.
Y, además de todo eso, creo que cuando uno hablaba con Cigliuti sabía a qué atenerse, porque tenía la virtud de comunicar siempre, y en todo momento, su postura política con total transparencia. Con Cigliuti no había dudas, señor presidente; siempre se sabía lo que pensaba y, por tanto, lo que iba a hacer.
Cigliuti era un hombre de pronósticos políticos acertados, lo cual era muy difícil realizar en este ámbito de trabajo. Esto lo comprobé personalmente en estos años en que pude aprender tanto con él. Era un hombre que tenía la capacidad de adelantar situaciones porque las veía venir; y las veía venir porque tenía una gran facilidad de diagnóstico y una gran aptitud para ir al fondo de lo que analizaba. Por eso solía pronosticar bien.
Digo que debe ser un símbolo para muchos y que la vida y la conducta del señor senador Carlos W. Cigliuti siempre resultará un punto de referencia y un ejemplo a imitar por las generaciones presentes y futuras.
Reitero que, en lo personal, pude vivir con Carlos Cigliuti una experiencia que me resultará absolutamente inolvidable: me tocó sentarme a su lado en todas las Rendiciones de Cuentas durante cuarenta y cinco días. Por supuesto, en ese lapso de cada año se hablaba de la Rendición de Cuentas, pero también de muchos otros temas, porque siempre ocurre así. Al respecto, quiero decir con mucha sinceridad y con la mano en el corazón que durante ese aprendizaje que hice con Cigliuti -especialmente y en profundidad durante las Rendiciones de Cuentas, en cada instancia presupuestal- era fundamental callarse y escucharlo, porque como era un hombre que no hablaba mucho, su consejo siempre era sabio.
En ese sentido, solicito que se me permita compartir con todos ustedes, mis compañeros de trabajo, en este recuerdo a Carlos Cigliuti que le estamos haciendo en el día de hoy, algunos de los primeros consejos que me dio: «Nunca hay que hablar para repetir algo que uno ya dijo; siempre hay que hablar para decir algo nuevo». En lo personal, siempre he tratado de recordar esas palabras que, reitero, considero muy sabias; ellas no pertenecen a un sector ni a un partido político, sino a un hombre que de esto sabía mucho y que, además de saber mucho, lo compartía con sus compañeros de trabajo.
Asimismo, si se me permite, desearía realizar una brevísima síntesis de su personalidad -en forma muy humilde, por cierto, porque, como ya dije, tuve muy pocos años de conocimiento de don Carlos Cigliuti, aunque creo haberlos vivido con intensidad- para la que encontraría adecuada una palabra: serenidad. Creo que era un hombre políticamente sereno, de esos que podrán cometer errores en política como cualquiera, pero jamás por apresuramiento. Humildemente, reitero, esta es una virtud que en lo personal valoro mucho. Cigliuti era un hombre que sintonizaba perfectamente con aquel poema de Antonio Machado que habla del hombre que sabe esperar, que sabe aguardar porque la marea siempre llega, para tratar de partir junto con ella. Y don Carlos Cigliuti, tal como Antonio Machado decía en ese poema, sabía que la victoria siempre es del que sabe esperar.
Señor presidente: es obvio, es evidente -y así lo vamos a hacer- que en nombre de la bancada del Frente Amplio tendríamos que presentar condolencias, en primer lugar, a su sector político, el Foro Batllista, y al Partido Colorado, a todo el Partido Colorado al que pertenecía Carlos Cigliuti. Sin embargo, creo que las condolencias hay que presentárselas, en el día de hoy, a todo el sistema político uruguayo, porque ha perdido a un gran político. Asimismo, hacemos llegar nuestro pesar a su gente de Canelones y al pueblo uruguayo en su conjunto, porque han perdido a un gran hombre.
Señor presidente: que el alma de don Carlos Cigliuti descanse en paz para siempre.
Muchas gracias.
En este recuerdo a Carlos Cigliuti que le estamos haciendo en el día de hoy, algunos de los primeros consejos que me dio: «Nunca hay que hablar para repetir algo que uno ya dijo; siempre hay que hablar para decir algo nuevo».
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Santoro.
SEÑOR SANTORO. – Señor presidente: en circunstancias en que el Senado rinde su tributo de dolor y de ausencia al señor senador, Profesor Carlos Walter Cigliuti, en lo personal no sabemos a qué investidura apelar para rendirle el homenaje que se merece. Creemos que debemos mostrar nuestra condición de hijos, de ciudadanos de Canelones. En ese aspecto, podemos decir que Cigliuti fue un hijo predilecto de ese departamento y su capital, a los que siempre se sintió totalmente vinculado, con una especie de pasión permanente.
Al rendir en esta forma el homenaje a Cigliuti, desearíamos poder atrapar el tiempo, las circunstancias y los hechos, trayéndolo por unos instantes a este recinto y así, entre todos, revivir el Canelones de los años treinta, donde hubo un conjunto de ciudadanos que tuvieron la particularidad de trabajar, fundamentalmente, para cultivarse intelectualmente. Ellos formaron grupos, realizaron sesiones en las que leían, se cultivaban, trataban de informarse y así abrevar su sed de conocimiento.
En ese nivel, podríamos mencionar a ciudadanos de la talla de los hermanos Del Cioppo, de Eudoro Mello, de Francisco Bastón, de hombres de la condición de Ruperto y Félix Machín y de tantos otros que con Cigliuti conformaron una especie de identidad de la ciudad de Canelones, en la posibilidad y en la definición de darle un basamento y un fundamento cultural. Y Cigliuti estuvo allí, entre los ciudadanos que más se distinguían.
Asimismo, en ese recuerdo de Canelones de los años treinta quisiéramos incluir al viejo Liceo de don Jaime Borboné, al que concurrió Cigliuti, que posteriormente recibió el nombre de Tomás Berreta.
También desearíamos, en este recuerdo, mencionar a Cigliuti periodista de «La Razón»; a Cigliuti concurrente asiduo a la casa de don Tomás Berreta; a Cigliuti impactado -al igual que su padre, don Carlos Cigliuti- por esa vigorosa personalidad de la política nacional que fue don Tomás Berreta, a quien quedó permanentemente vinculado en una especie de enamoramiento superior.
En ese Canelones de los años 30 queremos distinguir a Cigliuti en la condición de haberse constituido en una especie de arquetipo del ciudadano, del republicano, del hombre que tiene profundo respeto por la soberanía popular, pero que también coloca frente a ella, si es necesario, la soberanía de la Constitución y, sobre ésta, la de la justicia. Cigliuti fue esa expresión permanente de un republicano y lo trasuntó hasta en su vida sencilla que hasta ayer mantenía y que hoy, inclusive, mantiene en el velatorio de sus restos, que se hace en su propia casa, en su modesta vivienda de la ciudad de Canelones.
Perfectamente puede ser definido como un arquetipo del ciudadano que se generó a partir de los años 20, que fue producto de la actividad de los liceos cuando los de Canelones se constituían en una especie de Universidad; lo que allí se aprendía servía para formar la personalidad y para tener un bagaje cultural suficiente para enfrentar las distintas exigencias de la vida. Cigliuti tuvo esa particularidad como también tuvo la de ser siempre idéntico a sí mismo; jamás cambió, incluso, en las cosas sencillas que es necesario expresar con vigor para que queden reflejadas en la propia exposición: durante toda la vida viajó en ómnibus desde Canelones a Montevideo. Esta es una expresión del arquetipo de ciudadano y republicano de Cigliuti, el del ciudadano que siempre es idéntico a sí mismo en lo intelectual y en lo moral; el ciudadano que no cambia absolutamente en nada su modalidad de vida, que se enamora de su esposa a los 14 años y solamente la deja ahora con la muerte.
Nosotros lo conocimos en el fragor de la vida política y nos adelantamos a decir que jamás tuvo ninguna diferencia, más allá de las normales de la ideología y del partidarismo que cada uno supo cultivar. Lo conocimos como funcionario de mesa inscriptora -así ingresó Cigliuti a la Administración- de esas que recorrían el departamento de Canelones incorporando ciudadanos a los padrones electorales. Luego fue funcionario electoral en una oficina donde realmente se jerarquizaba la actividad en el aspecto relativo a las técnicas electorales. Allí había funcionarios de niveles superiores y Cigliuti se distinguía como uno de lo que más sabía y de los que tenía mayor solvencia. Así fue que un día fue reconocido y se lo incorporó como ministro en la Corte Electoral, donde estuvo durante varios años.
A Cigliuti también un día lo encontramos en la Junta Departamental de Canelones, en una Junta electa en los años 1950 que integramos con ciudadanos distinguidos. La mayoría de ellos alcanzaron las posibilidades de procurar dignidades políticas importantes. Allí lo empezamos a conocer en la condición de un verdadero señor, de un ciudadano que con legítima pasión, con emoción, con fervor, perfectamente podría razonar y plantear sus ideas siempre en una actitud respetuosa hacia el adversario. Jamás cayó en la ofensa de carácter personal porque tenía la particularidad de saber razonar y porque, además, siempre supo que no tenía la razón total sino que la alcanzaba moderadamente.
Luego encontramos a Cigliuti en el Parlamento. Ya se han señalado sus virtudes como legislador pero debo decir que fue un legislador completo, con capacidad legislativa de hacedor de leyes y de saber controlar, denunciar y plantear el tema en la forma más justa y apropiada. Además, tuvo la particularidad de una oratoria superior. Oradores de la calidad y de la condición del profesor Cigliuti es muy difícil colocar en una lista que quisiéramos conformar. Cigliuti fue un orador de excepción basado fundamentalmente en su sincera y convencida fe y creencia en los principios que él manejaba. En ese sentido, siempre lo respetamos en su condición no tanto de hombre del Partido Colorado, sino de Batllista. Era un Batllista conocido en la forma y manera permanente de actuar; estaba convencido del ideario del Batllismo en el que se vio atrapado y al que permanentemente le rindió tributo.
Asimismo, fue un hombre intelectualmente superior, de una cultura vastísima, abrevada simplemente en lecturas. Alcanzó el profesorado en el liceo de Canelones en la Cátedra de Historia, y allí realizó un real magisterio. Además, tenía una particularísima memoria; en un instante podía traer un episodio histórico para explicar algo que estaba ocurriendo en el momento.
Es decir que en ese ciudadano se conjuntaban una serie de virtudes que realmente lo hicieron un ciudadano de excepción.
Nosotros, que teníamos una diferencia de una generación y media en el liceo del departamento de Canelones -muchas veces se nos consideró del mismo tiempo de Cigliuti, pero somos unos años menor- hoy le rendimos este homenaje que se merece, fundamentalmente, como hombre que supo jerarquizar la actividad política, partidaria, republicana y democrática, sin perder en ningún instante su sencillez de hombre de pueblo, en la expresión más clara y más diáfana de lo que debe ser un hombre de pueblo.
Cigliuti ha muerto y con esa particularidad que tiene la muerte, de darle vida a muchas condiciones que a veces pasan desapercibidas, hoy lo vemos en toda su dimensión y podemos decir que ya está incorporado a la mejor historia del país y, permítaseme decir, a la del departamento de Canelones.
Queremos expresar nuestras condolencias a sus compañeros del Foro Batllista, del Batllismo y del Partido Colorado. Realmente han perdido a un ciudadano de excepción.
Era cuanto quería manifestar.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Batalla.
SEÑOR BATALLA. – Señor presidente: cada vez que nos toca hacer uso de la palabra en estas circunstancias, siempre señalamos que lo que se homenajea no es una muerte sino una vida.
No puedo decir que con el senador Cigliuti para todos «Chilín»- hayamos tenido largos años de amistad o de relación, pero es uno de los hombres que admiré en la acción política. Creo que fue una de esas personas que, sin duda alguna, le dio valor y significado a la vida política de este país.
Pueden parecer, de repente, paradógicos o contradictorios dos valores del ex senador Cigliuti, señalados por el señor senador Pereyra, que eran muy importantes en él: fue un hombre que vivió apasionado por lo que hacía, pero, al mismo tiempo, era un hombre tolerante.
Creo que la vida, y sobre todo la política, permite ir conociéndonos íntimamente, saber lo que cada uno es y los valores que concebimos como importantes en nuestra vida. Pienso que Cigliuti fue un hombre que jugó toda una acción a través del amor. Sé que esta palabra a veces es tomada con un algo de sonrisa irónica, diciendo que no es para la política; sin embargo, ojalá tuviéramos centrada en el amor toda nuestra acción política. Cigliuti fue un hombre que amó la democracia, amó la libertad, amó a su partido, amó al pueblo, a la comunidad, a su departamento y al país, y toda su vida estuvo dedicado a eso. En sus jóvenes 77 años todo se lo dio al país, absolutamente todo; vivió un largo proceso en la docencia y, aún siendo un político, creo que en el fondo continuaba siendo un docente.
Permanentemente se daba y miraba por los demás, y tenía a la comunidad como parte de su vida. Digo que este es un valor excepcionalmente importante. Y justamente porque no era una persona prisionera de sus rencores o de sus resentimientos, se lo puede considerar como un hombre ejemplar en el combate de las ideas. Defendió lo que creía y lo hizo siempre con el mejor de los modales; también en la forma y en el fondo. Jamás descalificó a un contrario; jamás entendió que los adversarios políticos eran enemigos, ni tuvo un concepto diminutorio para alguien que sostenía un concepto distinto o totalmente opuesto al de él.
En la medida en que uno avanza en la vida, más valora esto; o más debería valorar. A los 30 ó 40 años de edad uno cree que hay setenta asuntos o valores que merecen una vida; cuando uno tiene algunos años más y se acerca al final, siente que hay muchos menos cosas que valen toda una vida, pero las lucha con una gran intensidad y profundidad.
Creo que tal vez en todo ese proceso final que observamos con angustia lo que era la enfermedad de «Chilín», lo que podría ser su destino final y aún la alegría que nos produjo su mejoría en los últimos días, nos hace pensar que en el fondo él tuvo la inmensa felicidad de morir creyendo que al otro día podía estar nuevamente en el Parlamento. Cigliuti vivió y murió sintiendo la misma necesidad de vida durante el largo transcurrir de su existencia, necesidad que permanentemente trató de trasmitir a los demás.
Fue un hombre bueno, pero eso es algo que, desgraciadamente, en esta sociedad tan materialista y tan materializada, muchas veces importa poco. Igualmente, siempre digo ¡pobre de aquella sociedad que margina o atenúa el valor de la bondad!
Cigliuti fue un hombre con el que siempre era posible el diálogo. También lo conocí con algunos años de diferencia -que quizás en aquella época fueran más que ahora- cuando él era ministro de la Corte Electoral y quien habla integrante de la Junta Electoral de Montevideo. El le dio a este muchacho -que recién comenzaba su vida política- el diálogo, el respeto, la tolerancia y la comprensión que de repente uno podía no esperar de un hombre de la significación y magnitud como la suya y de un ministro de la Corte Electoral. Evidentemente, todo esto va moldeando no sólo a una persona, sino también a una comunidad. Hombres como Cigliuti son imprescindibles en una sociedad, hombres como él que permanentemente han tratado de trasmitir esa cuota de amor necesaria para que cada uno pueda ser hombre y vivir. ¡Pobre de aquél que vive prisionero de sus rencores! ¡Pobre de aquél que vive permanentemente en búsqueda de soluciones a través del odio y no del amor!
Por eso, para un hombre como Cigliuti, vaya no solamente nuestro recuerdo -porque eso, sin duda alguna, sería poca cosa para lo que él merece- sino también el reconocimiento de que fue un ejemplo para nosotros, en lo personal, y para toda la comunidad. Quiero recoger las palabras del señor senador Astori, en el sentido de que las condolencias deben ser no solamente para el Partido Colorado, para el Foro Batllista, sino también para todo el pueblo uruguayo. Creo que el país, con su muerte, pierde a un gran batllista, a un gran ciudadano y a un gran hombre.
Era cuanto quería expresar.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Blanco.
SEÑOR BLANCO. – La Unión Colorada y Batllista adhiere con emoción entrañable al homenaje que hoy el Senado rinde a nuestro compañero Carlos W. Cigliuti. En primer término, extiende las condolencias a nuestros correligionarios, amigos y compañeros del Foro Batllista y, asumiéndolas con ellos, al Partido Colorado por la triste pérdida que hemos sufrido.
He escrito, señor presidente, algunas líneas, con el deseo de que la emoción no escapara a las reglas de trabajo de nuestro Cuerpo y, aún así, no sé si me será posible. No es fácil imaginar el Senado sin su voz vital, sin ése su acento ronco, que trepaba en crescendos enérgicos y a menudo vibrantes, o se quebraba en los sutiles repliegues de la emoción. No es fácil, señor presidente, imaginar nuestros debates sin su aporte apasionado, pero a la vez lleno de persuasión y de humanidad, matizado con humor y también con poesía. Supo recrear con amor -recién el señor senador Batalla ha usado esta palabra y en mis notas las he puesto muchas veces- y hacernos recrear también a nosotros, muchas cosas de la historia de esta tierra nuestra, recomponiendo con fuerza y ternura sus hechos y sus personajes. Pero nunca vivió anclado en el pasado; vivió con intensidad nuestro tiempo y observando, con mirada sabia y atenta, los avatares de la sociedad contemporánea, no simplemente con la idea de escrutar, como un investigador distante y ajeno, sino para actuar; y lo hizo a cabalidad. Lo percibí, lo vi, lo sentí, aquí en esta Casa, como un puente entre generaciones políticas; algo así como una expresión personal, concreta, de la continuidad en el tiempo de los esfuerzos y los afanes colectivos de nuestros Partidos, no sólo del Partido Colorado, sino de todos nuestros Partidos. Parecía que siempre estaría físicamente presente aquí o en alguna parte de la República para manifestar su indestructible lealtad a nuestras instituciones. Y más que en los dichos o en las repeticiones retóricas, en su vivencia. Siempre sentí la confianza de Cigliuti en que a través de estas instituciones era posible un futuro mejor para los uruguayos. Tuvo fe en que ellas sirvieran para hacer cosas, y que fueran buenas. Vivió en el Partido Colorado y en el Batllismo; diría más: vivió el Partido Colorado y el Batllismo.
Apartándome del texto, quisiera señalar que en las votaciones cruciales muchas veces veía desde mi banca su mirada inquieta, aunque discreta, observando cómo votaba el Partido. Sin duda, experimentaba un toque de satisfacción cuando notaba que nuestras manos estaban todas juntas arriba o todas juntas abajo, y cierta frustración si no era esto lo que ocurría. Con ese gesto -tal vez inconsciente- dio una lección y expresó su vocación a la unidad del Partido Colorado.
Su formidable convicción en estas ideas -que tal como se ha dicho aquí era apasionada, pero también racional- nunca lo condujo a la intolerancia; jamás descendió al agravio. Sí luchó en forma tenaz e indeclinable por sus ideas, hecho que en el quehacer político, a mi juicio, es algo ejemplar. Pienso que aquel ser que vibra profundamente por lo que cree y lucha tenazmente por ese ideal y, sin embargo, no pisotea, no descalifica, no agravia, sino que, por el contrario, en los más apasionados y encendidos debates muchas veces expresa una palabra de encomio al circunstancial rival en una discusión o en un debate, es digno de destacar y digno de elogio.
Carlos Cigliuti dedicó su existencia al quehacer político: lo hizo con sencillez y naturalidad, pues las altas posiciones nunca lo envanecieron. Caminó a través de ellas con una dignidad espontánea que nacía de su propio señorío. Tuvo el mismo lenguaje para los poderosos y para los humildes. Y aquí lo vimos abordar, sí, los grandes temas de Estado, los generales, abstractos o muy complejos -y es bueno que así haya sido- pero es preciso recalcar y destacar que su palabra también siempre estuvo al servicio de las personas concretas, de quienes él creía que necesitaban algo. Sé que quienes golpearon a su puerta siempre tuvieron una respuesta.
En su alma anidó la llama de la libertad, acaso heredada de sus mayores, de la noble raza itálica, que llegaron a nuestra patria decididos a preservarla y a hacerla crecer. En él, en Carlos W. Cigliuti lo lograron, dio fruto, fruto cumplido de libertad. Amó la enseñanza y las artes y se prodigó en su amparo. Así lo hizo también en el campo de las cuestiones electorales, centro del proceso democrático.
Señor presidente: sin duda, vamos a extrañar su consejo oportuno y amigo; sus reflexiones prudentes y también su impulso apasionado y su fuerza, que en los largos debates nocturnos estallaba en sus alegatos vigorosos. Cuando todos parecíamos entregados a la rutina del trabajo, él se erguía inmune a la fatiga y al hastío. Pero tan difícil como imaginar su ausencia de esta sala, lo es pensar a Carlos W. Cigliuti retirado e inactivo. La última vez que lo vi en el hospital estaba atento a las noticias de la televisión y de los diarios, interesado e inquieto por la marcha del tema de la reforma.
Creo que su partida, triste para todos, es la que él hubiera elegido: en medio del camino, marchando.
Sean éstos, junto a su vida fecunda, su amor a los suyos -en los que hallaba renovada fuerza- y su personalidad generosa en afectos, los elementos que sirvan de consuelo para su familia, a la que saludo con emoción, particularmente a su señora esposa.
Sé que sus ojos claros -con esa chispa de fuerza, de humor y también de picardía- a los que nunca llegó la vejez, no se cerrarán para siempre.
Por último, si se me permite como un comentario personal, quiero expresar que, como tengo la convicción de que aún desde su laicismo, era un hombre de buena voluntad, que amó las cosas y se alineó con decisión en el bando de los constructivos, de los que hacen y no de los que destruyen, de los que quieren y no de los que odian, creo que no vería mal una oración al Padre común, que tal como está escrito, tiene muchas moradas en su Reino.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Bruera.
SEÑOR BRUERA. – Señor presidente: en nombre de nuestro sector, ha hecho uso de la palabra el señor senador Astori; no obstante, me resultaría realmente incómodo irme de esta sala sin pronunciar algunas palabras de homenaje a un personaje nacional, del Partido Colorado, del Batllismo, cuya desaparición ha sensibilizado en forma profunda a todos los uruguayos.
Sé que aún debemos esperar para hacer la historia de los últimos 60 años, época en la que ha actuado nuestro querido amigo hoy desaparecido. Pero creo que todos estamos convencidos de que, en verdad, se fue con él una fuerza democrática, firme; en realidad, se ha ido un gran personaje del entendimiento en este Senado.
Aquí se ha citado a Antonio Machado y yo también quiero evocar a este sabio poeta para decir que nuestro querido compañero Carlos W. Cigliuti mostró cabalmente que un corazón solitario y no es corazón. Sin duda, ha sido un corazón ardiente, combatiente y que, además, nos ha enseñado a vivir en este Senado, levantando la mira y profundizando todo lo que tiene que ver con la relación humana, pues eso es lo que la política supone en primer lugar.
Antes de ocupar una banca en el Senado, ya conocía a Cigliuti y, en este momento, quiero expresar a mis compañeros que siento que hemos perdido a un político, pero también a un amigo.
Fui a visitarlo dos veces al Sanatorio. La primera vez estaba en el CTI, donde pudimos conversar algunos minutos, y allí intenté darle apoyo en ese trance difícil, pese a que lo encontré muy animado. Recuerdo que le pedí que volviera pronto al Senado, porque aquí todos lo queríamos, a lo que me respondió que volvería porque él también nos quería mucho. Yo sé que este sentimiento de Cigliuti era franco, sincero y abierto.
Ha desaparecido un amigo y un político. El fue el punto de referencia para todos nosotros. No pocas veces, especialmente en la Comisión de Presupuesto integrada con Hacienda, Cigliuti fue el vocero de muchos. A él le entregábamos reclamos de funcionarios y opiniones de nuestro sector -al igual que otros- para que en el Plenario o en la Comisión expresara esos anhelos que queríamos llevar adelante.
Señor presidente: estamos en un día triste. Me doy cuenta que falta la figura de Cigliuti. Para recordarlo bien, hubiéramos necesitado un discurso suyo, en virtud de su emotividad y de su cultura. Era un hombre fino, con cabeza de profesor y tenía esa voz -que, personalmente, me hacía recordar a Zavala Muniz- que parecía que salía de un pulmón enfermo, gastado y que lo hacía más entrañable aún.
Por último, deseo agregar una apreciación muy personal. En mi casa somos frenteamplistas. Sin embargo, siempre le comentaba a Cigliuti que el único competidor que había en mi casa era él, porque mi familia lo estimaba mucho y cuando aparecía en televisión decía que nunca había visto a un político tan «entrador» -pido disculpas por utilizar este término popular- tan simpático y capaz de mostrar cosas del alma.
En este momento en que deseo despedir a un amigo -nuevamente pido disculpas por haber traído a colación ese elemento tan personal, que pertenece a mi familia y que tal vez para muchos sea insignificante- no puedo dejar de decir que hay muchos corazones que, a pesar de no pertenecer al Partido Colorado ni a la corriente batllista, estamos apenados por la muerte de este gran demócrata, de este hombre de Canelones, como lo recordó con toda sencillez -y yo diría con todo el oro- el señor senador Santoro.
Finalmente, deseo hacer llegar mi afectuoso saludo a su familia, a su querida esposa, a sus correligionarios del Partido Colorado y del Foro Batllista, a la gente de Canelones y a todos sus distinguidos compañeros.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Bouza.
SEÑOR BOUZA. – Señor presidente: ya hace unas horas que recibí la noticia del fallecimiento de Carlos Cigliuti; sin embargo sigo sintiendo lo mismo que en ese instante, es decir, un doble sentimiento de sorpresa y de dolor. De sorpresa porque, al igual que todos los señores senadores, quien habla abrigaba la esperanza de volver a tenerlo junto a nosotros, en el lugar en el cual él tanto disfrutaba; de dolor, por saber que ya nunca más va a estar aquí.
Creo que, sin duda, Cigliuti realizó su vocación. Como se ha señalado en este Cuerpo, sintió la pasión por la política y la vocación de servir, y las realizó plenamente. La muerte lo ha encontrado en su trinchera, sin haber bajado nunca los brazos y luchando hasta el último instante. Esa es la muerte de los luchadores. Pienso que su familia, su señora, sus amigos, su Partido, su Canelones y su país sienten orgullo por lo que fue Carlos Cigliuti. Confieso que ahora estuve tentado de llamarlo «Chilín», tal como lo hizo el señor senador Batalla.
Si me permiten, deseo contar una anécdota. Muchas veces, conversando con él en el Senado, por la diferencia de edad, lo llamaba «don Carlos»; pero él siempre me corregía y sonriendo me expresaba: «No, don Carlos era mi papá. Yo soy «Chilín». Eso revelaba un doble valor: por un lado, el inmenso respeto que seguía manteniendo por su padre y sus ancestros y, por otro, el espíritu jovial que siempre lo acompañó. El quería seguir siendo «Chilín». Fue un hombre de espíritu joven, que enfrentaba los años sin que éstos lo doblegaran; por el contrario, mantuvo enhiesto su espíritu joven para afrontar todos los días un nuevo desafío.
Por este motivo, hoy siento tanta amargura al venir al Senado y ver que él no está ni estará más en su banca; que el Partido Colorado y el país librarán otras batallas y que él no estará en sus trincheras. ¡Es la vida, y lo que tenemos que aprender de ella! También es lo que tantas veces hemos manifestado y que él ha dicho con gran galanura -como se ha recordado en este Cuerpo en la tarde de hoy- que, en definitiva, los hombres que se van continúan viviendo en los que los sobreviven, cuando estos últimos respetan el ejemplo de los primeros.
Cigliuti va a seguir viviendo entre nosotros y va a continuar librando batallas en el Senado y en el Partido Colorado a través de nosotros. Por tanto, por intermedio de los que quedamos, va a seguir siendo, como él quería, un protagonista del destino del país.
Los señores senadores comprenderán que en este momento me embarga la emoción. He estado muchos años junto a Cigliuti -él no tantos conmigo- conviviendo íntimamente y con afectos recíprocos. Me he sentido muy bien acompañado por él cuando pensamos y luchamos por lo mismo y también muy bien enfrentado por él cuando tuvimos ocasionales discrepancias. En este instante recuerdo un episodio político que fue original en la vida de los partidos en Uruguay. Concretamente, me refiero a la celebración de las elecciones primarias en el batllismo en el año 1989. Los batllistas llegamos a esa contienda y designamos un tribunal que debía arbitrar las formas de organizar esa elección. Teníamos diferencias y una de ellas era sobre el día en que íbamos a convocar a los batllistas para votar. Quien habla sabía que iba a encontrar el entendimiento con «Chilín». Precisamente, fue con Cigliuti con quien acordamos el momento en el cual todas esas diferencias fueron superadas y las urnas que él tanto quería también se abrieron para el batllismo.
En el día de hoy deseo expresar mi emoción, mi dolor y mi afecto a toda su familia y, particularmente, a su señora. Tal como lo ha señalado el señor senador Santoro, también conocí la austera humildad en que vivió Cigliuti. Recuerdo que un día fui a visitarlo a su casa -ubicada en el departamento de Canelones- con motivo de la elección a que hacía referencia hace unos momentos y él, que como pocos en el Uruguay era un especialista en el tema electoral, dedicado al conocimiento de los procedimientos que garantizan la libre expresión política de la ciudadanía, en determinado momento -no tengo presente por qué- le reclamó a su señora que trajera su credencial. Así lo hizo y pude comprobar que se trataba de una credencial como la de tantos de nosotros: un papel muy arrugado, gastado y pegado por todas partes. Frente a esto, le pregunté a Cigliuti -que siempre estaba pendiente de estos temas- cuál era la razón por la que no la había hecho renovar. El era así; tenía a toda la jerarquía de un gran republicano y, también, toda la austeridad y humildad de un hombre simple del pueblo uruguayo y del de Canelones, del que no se apartó nunca.
En este momento de tanta emoción quiero trasmitir a su señora y a su familia mis condolencias y, naturalmente, las de la Lista 15; con ellos compartimos el dolor de esta partida y ante ellos nos comprometemos a continuar la pasión y la devoción por el bien público y el servicio a la causa de la democracia y de nuestra gente. Aclaro que no estoy hablando en nombre de mi sector, ni de mi Partido, sino en el de todos los uruguayos.
Luego de haber escuchado la expresión de muchos señores senadores que han hecho uso de la palabra, hemos podido percibir hasta dónde tiene fuerza y jerarquía la función pública y política en el Uruguay, y también que las diferencias tienen un límite, que es el del respeto recíproco y el saber que entre todos defendemos valores que nos son comunes y que son la base y el sustento sólido de una convivencia civilizada. Estamos hablando de una sociedad que quiere mantener sus diferencias dentro de determinados límites que aseguren una convivencia respetuosa. De eso fue imagen, a lo largo de su vida, don Carlos Cigliuti. Alumbrados por esa imagen, pues, es que todos nosotros tendremos que seguir ese derrotero. Los que hoy se van, como lo ha hecho Cigliuti, cargan sobre las espaldas de los que nos quedamos la responsabilidad de continuar esta tarea, sabedores -como sabemos- de que algún día también seremos nosotros los que transitemos ese camino, porque eso es el devenir.
Es cuanto deseaba señalar.
Era muy difícil hablar con Cigliuti de Canelones, porque si uno trataba de deslumbrar con algún conocimiento del terruño que fue de nuestros padres y mencionaba una bodeguita, un pequeño tambo o a algún modesto chacarero, don Carlos conocía a sus parientes, a sus antepasados, a sus vecinos, y muy probablemente tuviera alguna anécdota y, demás está decir, de qué pelo político era.
SEÑOR PEREZ. – Pido la palabra.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador.
SEÑOR PEREZ. – Señor presidente: no tenía pensado hacer uso de la palabra, porque aún me encuentro bajo el efecto de esta noticia que ha entristecido a la familia del ex senador Cigliuti, a sus compañeros de Partido, al Senado de la República y, como bien se ha dicho, a todo el espectro político y a la población del país. Sin embargo, por la amistad que teníamos, he sentido la necesidad de agregar algo a lo ya dicho, que me parece ha cubierto todos los extremos en cuanto a la valoración correcta y honesta que se ha hecho en torno a este formidable compañero hoy desaparecido.
Debo decir que, ante todo, don Carlos Cigliuti era -creo que lo fue durante toda su vida- un gran combatiente, fraterno y respetuoso; lo fue desde su juventud, desde esa época que él mismo recordó cuando el Senado tributó su homenaje a Atahualpa Del Cioppo. Cigliuti vibró con la causa de la República Española y también lo hizo, muy intensamente, durante la Segunda Guerra Mundial. Fue un antifascista y un demócrata en la época de la dictadura. Recuerdo que el primer contacto que mantuvimos con él fue gracias a los oficios del ex senador Enrique Rodríguez -que lo conocía desde mucho tiempo antes- cuando Cigliuti ocupaba el cargo de Subsecretario del Ministerio de Defensa en el año 1972. Nos referimos a los momentos en que aún no se había llegado a los extremos a los que se arribó posteriormente, o sea, cuando la vida de mucha gente no valía demasiado. Por lo tanto, el tener un canal abierto para la comunicación directa a ese nivel ministerial permitía, digamos, separar la paja del trigo y, también, ayuda a muchas personas que, injustamente, y por obra de las circunstancias que se estaban viviendo, pasaban penurias. Inclusive, esto posibilitó brindar apoyo a familiares de quienes tenían una responsabilidad directa sobre determinados hechos y que no podían ser víctimas de situaciones de este tipo.
Así, mucha gente quedó enormemente agradecida a Cigliuti que, con la misma sobriedad que siempre le conocimos, jugó ese papel que en un día como el de hoy vale la pena recordar y resaltar, ya que formaba parte de una de sus aristas más relevante en lo que hace a su vocación democrática y de servicio, demostrada no solamente en los momentos fáciles, sino fundamentalmente en los más difíciles, en los que actitudes de esa índole podían significar arriesgar el pellejo frente a situaciones que podían volverse incontrolables y para las que él, con toda firmeza, serenidad y paciencia, siempre encontró una solución.
Don Carlos Cigliuti fue un dignificador de la labor parlamentaria. Creo que en este sentido todos los parlamentarios debemos estarle agradecidos. Se nos podrá decir que no ha sido el único, puesto que en la historia del Parlamento han existido muchos legisladores que, de una u otra manera, han merecido el reconocimiento de ambas Cámaras; pero, a nuestro juicio, sin duda una de las personalidades que más lo ha merecido y lo merece es el ex senador Cigliuti.
Aquí se ha dicho que siempre fue un hombre bueno, combatiente, demócrata y profundamente sensible a las causas populares, lo que -tal como lo ha señalado el señor senador Astori- se evidenciaba cuando se llevaba a cabo la labor común de la Comisión de Rendición de Cuentas, durante cuarenta y cinco días. En esa instancia, la mayoría de los reclamos de índole popular tenían un portavoz calificado en la actuación del señor senador Cigliuti.
Cabe resaltar, además, que era un hombre de extraordinaria cultura y de un enorme buen humor, que fue una de las cualidades que más nos acercó. Siempre recordaremos a Cigliuti como un docente, como un maestro y como un hombre con un profundo sentido del humor, que ayudaba a la convivencia en el Senado. Sin duda, estas características contribuyeron a que mantuviera con los suyos un vínculo excepcionalmente real y vívido, por lo que su ausencia será muy difícil de sobrellevar para su compañera y su familia.
Finalmente, quiero expresar mi pésame a la banca del Foro Batllista, al Partido Colorado y, sin duda, al pueblo uruguayo todo, que sufre hoy una pérdida irreparable.
Creo que el señor senador Cigliuti más allá de lo que era aquello que nos emocionaba a todos -me refiero a los homenajes- también en el combate cívico, en la pasión, en los temas más ríspidos de esta Legislatura, demostró que era una espada tremenda, de un potencial cívico y de un coraje que no se doblaba absolutamente ante nada.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Millor.
SEÑOR MILLOR. – Señor presidente: expreso mis palabras con un tremendo dolor porque he perdido a una de las personas que más he querido y respetado en este quehacer, incluso mucho antes de conocerlo personalmente, debido a lo que de él me trasmitían en mi hogar. Aclaro que tengo a muy buen recaudo la recomendación que el señor senador Cigliuti le hizo al señor senador Astori, que en algunos aspectos fue similar y en otros diferentes a la que nos dio a nosotros ya que, según nos decía, no se trataba simplemente de decir cosas nuevas y evitar repetirse a sí mismo sino, además, de no reiterar lo que decían los demás. En ese sentido, debo señalar que ha sido tan impresionante lo que se ha manifestado sobre el señor senador Cigliuti, que lo hemos sentido como dicho por nosotros mismos, porque es absolutamente merecido.
De la misma manera que hoy el señor senador Belvisi resaltaba la presencia del señor ministro García Costa, quisiera destacar como símbolo de lo que era don Carlos, la presencia anónima de un ex-compañero del Senado que, junto a «Chilín» y al que habla, trabajó en algunas Comisiones. Me refiero al ex-senador Manuel Singlet, a quien agradezco profundamente su presencia.
Precisamente, recordando la labor de esas Comisiones y el temperamento del señor senador Singlet, se reafirma lo que tanto se ha destacado en cuanto a la personalidad de don Carlos, que poseía un tremendo fervor, pero que no generaba rencores; era un polemista dificilísimo que, al final de la contienda, no alejaba sino que acercaba a quien había polemizado con él.
Como bien ha señalado el señor senador Bouza, era tan formidable enfrentarse con él como coincidir, porque hacerlo con un gigante creo que es uno de los pocos y más gratificantes honores que nos depara esta tarea.
Coincido con la sensación que expresó, entre otros, el señor senador Pereyra, en cuanto a que para rendirle a don Carlos el homenaje que merece, hace falta otro Cigliuti en esta sala. Por más sentidas que sean nuestras expresiones, ninguno de nosotros -y lo digo con el mayor respeto, porque sé que es un sentimiento compartido- sería capaz de trasmitir lo que podría haber dicho don Carlos de la caída de un compañero de similares características. Cigliuti llegó a hacernos emocionar hablando de gente que ni siquiera habíamos conocido, por su impresionante forma de trasmitir sentimientos que siempre eran sinceros.
Su personalidad era una paradoja constante, por lo que es muy difícil definirlo. Prefiero recordarlo por una de las facetas que más me gustaban de él, que era un sentido del humor, sin el cual es muy difícil el quehacer político en los tiempos modernos. Con el mayor de los respetos quiero señalar que siempre se me antojó, hasta por su figura desgarabada, que era una especie de Quijote que uno imaginaba con la lanza, emprendiendo contra lo imposible.
Aclaro con franqueza que una de las mayores sorpresas que me he llevado en el día de hoy fue el descubrir su edad, que nunca me atreví a preguntar. Si recordamos su vigor físico, su actualización mental, su rapidez de respuesta, su picardía, su gracia y hasta su elegancia, evidentemente representaba mucho menos de 77 años; sin embargo, si tomamos en cuenta sus conocimientos, el anecdotario y las cosas que sabía, de esas que no se aprenden en los libros -y Cigliuti sabía absolutamente de todo- daba a entender que tenía más edad.
Siendo niño, en una década muy difícil, en la que mi Partido se destrozaba en el enfrentamiento entre las Listas 14 y 15, aprendí de mi padre -que también era de Canelones- que en el Uruguay era evidente que existía una división muy grande entre los batllistas, pero que ella no respondía a las diferencias entre las mencionadas listas sino que, según mi padre, existían batllistas a secas y batllistas de Canelones. Estos últimos consideraban que tenían una impronta muy particular porque eran los dueños del batllismo. Creo que algo de eso es cierto, porque a los batllistas de Canelones no sólo les correspondía Batlle, Brum, Grauert y Amézaga, sino que también habían tenido a Berreta y a César Mayor Gutiérrez. De ese departamento surgió una legión impresionante de adversarios y amigos que eran personas con mayúscula. El señor senador Santoro debe recordar con cariño a los Capeche, los Caputti, los Cigliuti y tantos otros, que no sólo honraron al departamento y a mi Partido, sino también al quehacer político.
Es indudable que en el correr de estos últimos años estamos perdiendo, más que combatientes formidables y tribunos irremplazables, una estirpe de políticos uruguayos que no se va a repetir, porque pertenece a otro tipo de Uruguay que, a su vez, formaba parte de otro tipo de mundo que será muy difícil de reconquistar. Más allá de la tolerancia y de los sentimientos humanitarios, es imposible reconstruir una época como la que dio origen a estos canarios que, además de ser tales, tenían el privilegio -y disculpen quienes no pertenecen a mi Partido- de ser batllistas.
A raíz de lo que ha señalado el señor senador Santoro, tal vez consiga descifrar otro de los grandes misterios que él conoció en ese empleo. Era muy difícil hablar con Cigliuti de Canelones, porque si uno trataba de deslumbrar con algún conocimiento del terruño que fue de nuestros padres y mencionaba una bodeguita, un pequeño tambo o a algún modesto chacarero, don Carlos conocía a sus parientes, a sus antepasados, a sus vecinos, y muy probablemente tuviera alguna anécdota y, demás está decir, de qué pelo político era. Estos no son conocimientos que se adquieran en las Universidades y en los libros; los posee esa estirpe de políticos que se está extinguiendo y no son sólo académicos, sino también de embarrarse, de recorrer y estar en contacto con la gente.
Como señalaba el señor senador Bruera, estas personalidades asumieron la magia de los medios de comunicación porque eran tremendamente entradores y no necesitaban asesores de imagen para agrandar sus características. Sin embargo, por más modernos que fuesen los tiempos, no abandonaban sus orígenes del mano a mano, la mano extendida y la conversación allí donde vivía la persona que, siendo o no del Partido, era vecina y había que conocerla.
Digo con total franqueza que este es un golpe tremendo para mi Partido Colorado, porque no es una espada cualquiera la que se nos va.
Creo que el señor senador Cigliuti más allá de lo que era aquello que nos emocionaba a todos -me refiero a los homenajes- también en el combate cívico, en la pasión, en los temas más ríspidos de esta Legislatura, demostró que era una espada tremenda, de un potencial cívico y de un coraje que no se doblaba absolutamente ante nada. Es evidente que vamos a sentir su falta en el peor momento, en circunstancias en que nuestro Partido -así como el resto de los sectores políticos- se aproxima a un combate electoral. Pero también es cierto que la falta va a ser sentida por todo el sistema político, y muy especialmente por el Senado de la República.
Antes de ingresar a sala, el señor senador Irurtia me recordaba una anécdota que vivimos prácticamente todos los integrantes de la bancada del Partido Colorado. Se refiere a algo en lo que también el señor senador Cigliuti era maestro, que era la resolución de los problemas internos. Concretamente, el problema se planteó cuando se instaló la Legislatura y hubo que dirimir qué senador iba a Comisión. Estos son los temas pequeños que todos los partidos políticos tienen. En aquel momento, ninguno de los cuatro sectores del Partido Colorado deseaba formar parte de la Comisión Administrativa. Tal vez por ser la bancada más joven se nos había dado ese fardo y por un problema de antigüedad resolvimos endilgárselo, a su vez, a nuestro compañero el señor senador Irurtia, que de ninguna manera quería integrar esa Comisión. Recuerdo perfectamente que el señor senador Cigliuti, para destrabar esa situación, dijo: «Vengan conmigo, vamos juntos, que los voy a orientar y nos vamos a divertir». Realmente ocurrió eso, porque era generosísimo hasta en el sacrificio. Se prestaba no sólo a orientar a quien recién conocía, pero era compañero de Partido y de trabajo, sino también a sacrificarse a sí mismo para que el Partido no se detuviera en cosas menores y tuviese la mirada hacia donde el señor senador Cigliuti pretendía que la tuviera; hacia el porvenir, que es mucho más que el futuro. El futuro es un tiempo al cual llegamos absolutamente todos; el porvenir es un futuro con contenido social, y por eso se supone que luchamos los batllistas.
Entonces, asumiendo que esto es una pérdida muy importante para todos -más allá de un partido e inclusive de un sistema- y para lo que debe ser el vértice más trascendente de una contienda política, que es la convivencia pacífica entre quienes piensan de distinta forma, en momentos en que se está perdiendo la gallardía en el decir, la ironía sutil, que se hiciere pero aporta argumentos, la picardía y cuando la grosería sustituye a la elegancia en el discurso, creo que hizo bien el señor senador Pereyra al pronunciar esa viva musitando en responso, en homenaje al señor senador Cigliuti. Sin ofensas -quiero que esto se entienda, porque así procedió siempre en la vida, más allá de apasionamientos- permítanme decir muy emocionadamente: ¡Viva Batlle! ¡Viva el Partido Colorado!
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor senador Arana.
SEÑOR ARANA. – Señor presidente: quiso la suerte que me enterara por una radio local del departamento de Canelones del triste suceso que hoy nos convoca: el fallecimiento del ex senador Cigliuti. Aun a riesgo de caer en la reiteración -que, por lo visto, él criticaba- no me sentiría conforme conmigo mismo si no diera un mínimo testimonio de lo que fue para mí esta persona, a través del conocimiento que tuve de él en el Senado y, particularmente, al haber compartido con él estos últimos cuatro años de trabajo en las Comisiones de Asuntos Laborales y Seguridad Social, Asuntos Administrativos y Educación y Cultura de esta Cámara. También tuve oportunidad de analizar con él en dos ocasiones el tratamiento de la Rendición de Cuentas.
Creo que es imposible que esta clase de persona pase inadvertida -me pareció percibirlo y pienso que todos coincidirán conmigo en esto- y que no concite un extraordinario cariño en todos aquellos que lo conocen. Tuve la oportunidad de compartir con él una visita oficial de unos diez días, durante la Administración anterior, acompañando al ex presidente doctor Julio María Sanguinetti. En esa ocasión, me pareció advertir inmediatamente la calidad de persona que engalanaba a esa figura que podría corroborarse a través de su inteligencia, demostrada como profesor, periodista, escritor y orador lúcido y vibrante; de ese finísimo sentido del humor nunca hiriente; de esa cordialidad y franqueza; de esa lealtad hacia su Partido y correligionarios, pero también hacia sus adversarios y rivales políticos, y de esa capacidad increíble de trabajo, de diálogo y tolerancia, que fue siempre compatible con el ardor, la firmeza, la valentía y con el apasionamiento cívico.
Por todo esto, señor presidente, sentimos que se nos va un gran político, un gran compañero, una gran persona y un hombre de bien.
Muchas gracias.
SEÑOR PRESIDENTE. – Solicito al señor senador Santoro que me sustituya en la Presidencia para hacer uso de la palabra.
(Ocupa la Presidencia el señor senador Santoro)
SEÑOR PRESIDENTE (Dr. Walter R. Santoro). – Tiene la palabra el señor presidente del Cuerpo.
SEÑOR AGUIRRE RAMIREZ. – Señor presidente: considero un ineludible deber en estas tristes circunstancias expresar, en nombre de mi sector político, pero fundamentalmente en mi calidad de presidente del Cuerpo, la profunda y sincera congoja que nos embarga ante la desaparición física de quien fuera, sin duda alguna, uno de los más brillantes y distinguidos integrantes de esta Cámara, el senador don Carlos W. Cigliuti.
Recuerdo la impresión de cierto respeto casi reverencial que tuve el 14 de febrero de 1985 -día en que nos encontramos quienes, después de once años de dictadura, habíamos recibido del pueblo el inmenso honor de ocupar una banca en esta Cámara Alta- cuando, en el lugar en que hoy trabajo todos los días, el despacho de la Presidencia, tuve la oportunidad de dialogar y encontrarme al lado de alguien a quien desde niño consideraba una personalidad política distinguida, con la que nunca había soñado que iba a poder compartir tantas horas de intensa y fecunda labor. La última vez que nos cruzamos con él y cambiamos en forma muy breve unas palabras en las puertas del Senado -en los primeros días de diciembre- cuando vimos en su mirada su destello de bondad más intenso que el que le era habitual -que ya era mucho- porque venía trayendo de la mano a su pequeño nieto y dialogando con él, no podíamos sospechar que poco más de un mes más tarde íbamos a tener que enfrentar esta dolorosa circunstancia por la cual nos vemos en la obligación de tributarle este más que justificado homenaje.
Fue nuestro compañero aquí en el Senado durante nueve años y en la Legislatura pasada ocupaba la banca en la que hoy toma asiento el señor senador Arana. Trabajamos junto a él múltiples oportunidades y recordamos, en este momento, la primera instancia en que lo hicimos en una Comisión Especial que se había creado a solicitud de los integrantes de la Junta Electoral de Montevideo y para redactar un proyecto de ley que modificara el estatuto legal por el que estos órganos se habían regido durante el gobierno de facto. Junto con el señor senador Batalla integramos la Comisión que redactó aquel proyecto de ley, que a pesar de que el Senado lo votó afirmativamente, no mereció la aprobación de la Cámara de Representantes. En ese primer encuentro de trabajo ya advertimos todas las condiciones que destacaban la poderosa y originalísima personalidad de Carlos Cigliuti, sus condiciones innatas para el trabajo parlamentario, su profundo dominio de una amplia gama de temas, su condición de hombre serio, responsable, cumplidor estricto de todas sus obligaciones, un auténtico caballero y, además, una persona que supo ganarse la amistad de todos aquellos que tuvimos el privilegio de cultivar su trato.
Diría que Carlos Cigliuti fue más parlamentario que legislador, no porque no fuera un legislador en la más cabal acepción de la palabra, un hombre que sabía estudiar, analizar, desmenuzar un proyecto de ley con capacidad, con sabiduría y dedicación al trabajo, sino porque lo que más se destacaba en su multifacética personalidad era indiscutiblemente el parlamentario de raza, el hombre que en las sesiones tenía siempre la intervención justa, la que daba una nota que elevaba el vuelo de los debates y la altura de las confrontaciones.
Hablaba lo necesario. Se ha dicho aquí -con razón- que era reacio a hacer uso de la palabra -y así lo aconsejaba también a sus colegas- en forma innecesaria o reiterativa. Así era, todos recordaremos que hace pocos meses, cuando le tocó la responsabilidad, en nombre de su sector político, de interpelar al entonces ministro de Defensa Nacional, el doctor Mariano Brito, siendo, como él mismo nos lo señaló antes del inicio de la sesión, la primera oportunidad en su larga carrera parlamentaria en que iba a asumir el rol de interpelante, le bastaron tan sólo 28 minutos para desarrollar toda su exposición. En ese tiempo hizo su alegato y su acusación que, en definitiva, es en lo que consistió su intervención. Todos estamos habituados a que las interpelaciones sean precisamente las ocasiones en que quienes asumen el rol de fiscales hagan uso y a veces abuso de la palabra, por la misma trascendencia política de esas instancias, pero ese maestro de la oratoria demostró entonces ser también un maestro de la medida justa en el uso de la palabra.
Siempre que él intervenía se hacía un silencio total en la sala, lo que es la mejor demostración de cuando un parlamentario es realmente un hombre que se destaca en el ejercicio de su función. Tanto en el Senado como en el ámbito más numeroso de la Asamblea General, cada vez que don Carlos Cigliuti pedía la palabra, todos los legisladores, los de su Partido y los que pertenecemos a otras bancadas, hacíamos silencio para escucharlo, con la seguridad que íbamos a asistir a una intervención que no tendría desperdicio. Fue -qué duda cabe- un brillante orador y, como aquí se ha dicho, particularmente se destacaba en esa condición en el rol que hoy todos tenemos la desdicha de asumir, es decir, el de pronunciar una oración fúnebre.
No puedo olvidar el espectáculo que presencié desde la Presidencia en el año 1990, cuando, por una iniciativa muy acertada del señor senador Pereyra, se rindió homenaje a nuestro gran poeta compatriota nativista Serafín J. García. Se realizó una sesión extraordinaria y se invitó a un grupo de los alumnos de la escuela que lleva su nombre. Hubo varias intervenciones y, cuando parecía que el homenaje estaba concluido, el señor senador Cigliuti pidió la palabra. Su oratoria fue convocando poco a poco a la emoción y realmente nos transportó al asombro que se reflejaba en las caras de los niños que estaban en la barra cuando, espontáneamente y brotando con la fuerza de un torrente, comenzó a recitar estrofas y más estrofas de la obra cumbre de aquel poeta: «Tacuruses». Cuando terminó de hablar, resonó un aplauso espontáneo de los colegas y de la barra; los niños se pusieron de pie y, como los compañeros recordarán, varios senadores interrumpieron la sesión para dirigirse a la banca del señor senador Cigliuti, estrecharlo con un abrazo y expresarle de viva voz las felicitaciones a que se había hecho acreedor.
Carlos Cigliuti -no voy a decir por sobre todas las cosas, pero sí como una de las aristas definitorias de su personalidad- un defensor permanente, combativo y tenaz, de su partido político, el Partido Colorado. En momentos en que éste ejercía el gobierno de la República bajo la Presidencia del doctor Julio María Sanguinetti -sin duda todos los que fuimos sus compañeros en la Legislatura lo recordamos- era siempre el primero en la defensa de las posiciones de su Partido. Cada vez que en sala resonaba una voz que fustigaba, en cualquiera de las áreas de su gestión, lo actuado por el gobierno del Partido Colorado y, particularmente, por el presidente de la República, el primero en salir en su defensa, con el acierto propio de quien tenía dotes naturales de polemista y siempre hallaba argumentos y razones para oponer a las de sus contradictores, el primero en la línea de defensa de su Partido -convencida y, por qué no, convincente- era el señor senador Cigliuti.
Además, el senador Cigliuti fue un hombre de profundas convicciones batllistas, un hombre que quiso entrañablemente al batllismo y a la figura de su creador, don José Batlle y Ordóñez, y que creía intensamente en las ideas que este último aplicó en nuestro país durante las casi tres décadas en que su vigorosa personalidad ejerció una influencia preponderante en la vida de la República, y no sólo en las dos oportunidades en que fue presidente.
Ese hombre que había llegado al Partido Colorado y al batllismo en plena adolescencia, en las horas difíciles de marzo de 1933, que había comenzado su trayectoria política al lado de don Tomás Berreta, por quien tenía una profunda admiración, sabía adecuar el pensamiento de Batlle a los tiempos que corrían. Recuerdo que, en una sesión de 1991, en el debate sobre la Ley de Empresas Públicas, desde su bancada surgió una voz discordante con la posición que en ese momento, el estatismo predominante en las ideas de Batlle y Ordóñez, y don Carlos Cigliuti se irguió en su banca para replicar a esta intervención, estableciendo que Batlle había sido, ante todo, un hombre adelantado a su tiempo, una persona que nunca hubiera permanecido atado a concepciones que el paso de los años y de las décadas pudieran llevar a considerar que estaban superadas.
Fue, además, como todos sabemos, un docente por vocación. Cuando dejó de ejercer la docencia formal, siguió actuando como un auténtico profesor, tal como podíamos apreciar en el diálogo personal o en la conversación íntima que manteníamos. Siempre tenía a flor de labios la enseñanza que estaba dispuesto a brindar generosamente, a cuantos tenían oportunidad de conversar con él.
Cuántas veces, en su pequeño despacho contiguo a la sala de ministros, o en el mío de la Presidencia, dejamos a un lado los temas del momento para internarnos por esas avenidas de la historia del país, que él conocía tan bien y por las que había transitado durante tantos años, y con cuánta cordialidad, afecto y generosidad a veces nos rectificaba involuntarios errores.
No olvidemos cuando en cierta oportunidad, a través de un medio de difusión, le atribuimos al doctor Luis Alberto de Herrera aquella frase de que «En política, el que se precipita, se precipita». Recuerdo que Cigliuti vino a nuestro despacho para hablar de otro tema, y al final me dijo: «Usted el otro día citó una frase que atribuyó al doctor Luis Alberto de Herrera, pero le puedo expresar en qué circunstancias fue que don José Batlle y Ordóñez le dijo a don Tomás Berreta que en política, el que se precipita, se precipita».
En otra oportunidad, hablando de uno de los grandes parlamentarios que tuvo el país, el doctor Eduardo Rodríguez Larreta, nos recordaba, de memoria, párrafos enteros del célebre discurso que éste pronunció en la Asamblea General, el 31 de marzo de 1933.
Junto a todas esas virtudes se destacaba permanentemente, en su personalidad, esa condición de hombre fiel, leal, enamorado profundamente de su terruño, de sus pagos, de su solar natal, de su departamento y de su ciudad de Canelones. Creo que esta condición es inseparable de los hombres que realmente merecen ser llamados hombre de bien. Quien no quiere a su patria, al rincón de tierra en que ha nacido, vivido, establecido a su familia y criado a sus hijos, tiene algún defecto grande en su conformación espiritual. Ese defecto no lo tenía, en absoluto, don Carlos W. Cigliuti. Por el contrario, ostentaba en el más alto grado la virtud de ser un enamorado del pedazo de tierra en que había nacido y vivido prácticamente todos los días de todos sus años, saliendo de él nada más que para venir a Montevideo a cumplir con las funciones con que lo había honrado la ciudadanía, en las urnas.
Naturalmente, fue un hombre de bien que no acumuló riquezas en su vida. No sé si dejará algo material a su inseparable esposa y a sus descendientes, pero estoy seguro de que muere pobre. Era de esa estirpe de hombre que llevan sus galas por dentro, y eran todas ellas de carácter espiritual.
Ha muerto un hombre inteligente, fundamentalmente bueno, justo a su país y laborioso. Lo recordaremos siempre con cariño y con emoción. En esta hora triste de su acabamiento físico, en que obligadamente presentamos nuestras condolencias a sus familiares, a su sector político, a su Partido Colorado y, por qué no, al Senado todo, queremos terminar nuestras palabras parafraseándolo, para elevarnos hasta su espíritu con conceptos que vertió en su última gran intervención en el Senado, el 5 de octubre del año pasado, cuando se homenajeó a Atahualpa Del Cioppo. «Ninguna condición intelectual -dijo él entonces- sirve para nada si no se basa en una profunda pasión de amor, de solidaridad y de ayuda. En ese sentido, Cigliuti no va a morir, ya que quedará en el recuerdo de los habitantes de este país. Si es verdad, tal como dice Cajal, que la gloria es un olvido aplazado, la presencia de Cigliuti va a resonar todavía, porque la suya es más fuerte que la ausencia y el olvido que se produce después de la muerte».
«También quiero decir que para su ciudad de Canelones será, señor presidente, una de sus más brillantes condecoraciones. Sale destellando del cuenco cálido de su ciudad querida, la más linda del mundo».
Muchas gracias.
(Ocupa la Presidencia el doctor Aguirre Ramírez)
SEÑOR PRESIDENTE. – Ha llegado a la Mesa una moción firmada por todos los integrantes del Cuerpo que están presentes en esta sesión.
Léase.
(Se lee:)
«Ponerse de pie y guardar un minuto de silencio. Enviar ofrenda floral al velatorio y participar por la prensa. Hacerse cargo de los gastos del sepelio. Remitir la versión taquigráfica de lo actuado a la familia del extinto. Firman los señores senadores: Ricaldoni, Alonso Tellechea, Arana, Millor, Blanco, Bouzas, Belvisi, Batalla, Santoro, González Modernell, Bruera, Irurtia, Olascoaga, Pérez, Pereyra, Astori, Amorín Larrañaga, Bouza, Grenno y el señor presidente del Senado, doctor Aguirre Ramírez».
-La Presidencia, antes de poner a votación la moción, estima que además el Cuerpo debe designar a uno de sus integrantes para que lo represente haciendo uso de la palabra en el acto del sepelio. Si hay acuerdo, la Mesa luego designaría al señor senador que haría uso de la palabra en esa oportunidad.
Si no se hace uso de la palabra, se va a votar la moción formulada.
(Se vota:)
-19 en 19. Afirmativa. UNANIMIDAD.
El señor senador Américo Ricaldoni representará al Cuerpo en el acto del sepelio.
La Mesa invita al Senado y a la barra a ponerse de pie y guardar un minuto de silencio en homenaje a la memoria de don Carlos W. Cigliuti.
(Así se hace)
5) SE LEVANTA LA SESION
SEÑOR PRESIDENTE. – Se levanta la sesión.
(Así se hace, a la hora 19 y 18 minutos, presidiendo el doctor Aguirre Ramírez y estando presentes los señores senadores Alonso Tellechea, Amorín Larrañaga, Arana, Astori, Belvisi, Blanco, Bouza, Bouzas, Bruera, González Modernell, Grenno, Irurtia, Millor, Olascoaga, Pereyra, Pérez, Ricaldoni y Santoro).
DR. GONZALO AGUIRRE RAMIREZ Presidente
Don Mario Farachio Secretario – Don Dardo Ortiz Alonso Prosecretario
Sr. Freddy Massimino Subdirector del Cuerpo de Taquígrafos