Desde la frontera Rivera Livramento/Roberto Beto Araújo para FMFUTBOL.COM
La primera camiseta de Frontera la fabricó la Mama en su vieja máquina Singer a pedal, con esa misma máquina que se ganó el pan para llenar la panza de sus ocho hijos, y algún nieto (entre ellos, yo, por cierto).
Camiseta por decir nomás, pues en verdad era camisa, con ojales y botones; y según se dice quien bordó el primer escudo fue Doña Aidé la matriarca de los Timbas, pero sobre eso hay controversias pues he escuchado por ahí que fue doña Dolores. Vaya a saberse, quizás un poco cada una, y esta altura ya poco importa, lo que sí importa es que desde su nacimiento todo lo de Frontera vino impregnado con un tufo a barrio, tufo que hizo y hace de su propia esencia.
En verdad aquí se produce el primer quiebre con la tradición que al fin redundó en el verdadero origen de Frontera y su camiseta con ese rojo medio anaranjado tan diferente y peculiar, porque según contaban los que vivieron todo esto, la camiseta del Platense, la que había llegado como donación desde Buenos Aires, más que Rojo era púrpura y el escudo era redondo, pero cuando se cambia el nombre para Fronteras, porque esto de cambiar de nombre viene de lejos y no lo inventamos nosotros, y como era de esperar eso trajo quilombo (cuando no).
Lo que pasa es que cuando se fue a comprar la tela para hacer las camisetas del rebautizado “Fronteras”, quien dice de encontrar una tela afín con la original, y entre que se busca y rebusca al fin marchó la más parecida y ahí nace la roja tal cual la conocemos hoy.
Lo del escudo es otra cosa, lo que pasa es que cuando se mandó bordar, como las bordadoras no tenían ni idea de cómo era un escudo de un cuadro de fútbol, alguien le llevó como ejemplo fotos de diarios viejos de Peñarol y Nacional, y siguiendo ese modelo nació el escudo, que después se cambió, y después se cambió de nuevo y ahora se volvió a cambiar, (quilombos mediante cada vez).
Lo cierto es que la primera camiseta de Frontera la fabricó la Mama, hace ya ochenta años en su vieja máquina Singer a pedal; cuantas historias, cuantos quilombos, cuantas gargantas enronquecidas por el rigor de los gritos en épicas tardes sabatinas, cuanta desazón, cuanta ilusión que se tejía y se desteñía en cuarto siglo de silenciosas gradas, hasta que el día soñado llega y otra vez la ilusión disfrazada de pasión se pone en guardia, y cada cual a su modo comienza a velar las armas como el Viejo Hidalgo de La Mancha.
El viernes por caprichos del destino, mientras atendía mis cosas en el escritorio me llega la imagen del Gordo, aventurando sus primeras puntadas como modisto de poca monta, fabricando una bandera que habrá de lucir dentro de casi nada en las gradas hasta ayer silenciadas, y mañana fervorosas por la eterna pasión que nos define.
Claro que no es la vieja Singer de la Mama, pero en esas venas que corre la misma sangre, la labor sigue teniendo ese tufo de barrio que hizo y seguirá haciendo de nuestra esencia y diferencia.