Si ya me ha tocado hablar de nuestras lágrimas, cúmpleme también hablar de nuestras sonrisas, porque unas y otras han ido cimentando una identidad que hoy nos hace diferentes.
No sé si mejor o peor, eso habrá que verlo, pero sí diferentes de eso no hay discusión plausible; cierta vez oí a un riverachiquence decir que el “tipo de la Cuaró” se hace notar hasta en la forma de usar las alpargatas, y creo que algo de eso hay.
Y si en verdad tenemos méritos y razones para sonreír, es muy difícil evitar cuando hablamos de nuestras sonrisas el memorar las glorias deportivas de la casaca roja que nos une, porque desde tiempos ancestrales “frontera” ha sido causa y consecuencia, alfa y omega de nuestras mejores alegrías, a tal punto que en el mismo vals himno grabado en 1973 en su letra se lee “ … dale, dale, dale rojo, con guapeza y con valor, dale dale que si triunfas, en el barrio no hay dolor”, y así ha sido y así ha de ser.
Y si de glorias deportivas hablamos no podemos olvidar por cierto, el gol de las tres chilenas que nos salvó del temido descenso contra el temido Huracan de Morán, Caipira y Morosini, allá por mediado de los sesenta, cuando un córner en los descuentos rebatido desde el área chica llega a mitad de cancha, y el Charuto de Chilena la devolvió al área, donde en una nueva chilena el Ika se la pasó al Trenza y este casi en la línea y acosado por los zagueros logró meter una tercera chilena que balanceó la red del equipo merengue.
Bueno así me lo contaron, en verdad yo aun no había nacido, pero la oí narrar una y mil veces en la voz de los que habían estado aquella tarde sabatina de inolvidable recuerdo.
Y si seguimos hablando de sonrisas futboleras que nos regaló la Roja, este relato se habría de volver demasiado largo, pero hay algunas que es imposible obviar, como la del agua bendita del Padre Silva, cuando perdíamos dos a cero para el copetudo Oriental, y a falta de cinco minutos para terminar el partido el Turco Boullacourt pasó frente al Cura y sarcásticamente le escupió la blasfemia : “Qué le pasó Padre,… se le acabó el agua bendita”, a lo que el Cura le respondió de cacheté nomás y en su clásico tartamudeo : “no, to-to todavía me queda un poquito” y no había terminado de pronunciar su frase cuando el Perico después de eludir al lateral arrimaba la bocha con un gol que salió medio que de sobre-pique.
Un minuto después el que la metía era Erico de cabeza, y antes que el árbitro tuviese tiempo de dar por concluido el match, enancado en el milagro del agua bendita del Cura Gaucho, el Ivo Custodio de nalga la mandaba a guardar.
Y hay mucho más que contar claro está, como la final del ochenta cuando medio a prepo le ganamos a Nacional, con goles de Próspero y Getulio Morelli, y claro la final con Rampla De Paysandú en el 95, cuando clasificamos para la liguilla prelibertadores, en la tarde en que batimos récord de entradas vendidas ya en el recientemente remodelado Atilio Paiva Olivera.
18728 entradas vendidas, nunca antes ni después se vendió tanto, bueno hay quienes hablan que el Partido entre Inter y Cerro por la Libertadores se vendió más pero de eso no tenemos datos que lo confirmen, pero sí de sonrisas hablamos como olvidar la final en el Viera, cuando doblegamos al Depo Maldonado y nos coronamos campeones de la liguilla, adquiriendo el mérito de ser el primer equipo que ascendió a la A de forma deportiva y directa, si seño.
Quién puede olvidar la caravana de 500 kilometros que unió el mar con la frontera, y que fue conocido según titular de un Diario Capitalino como “La noche en que Rivera no durmió”.
Si vamos hablar de sonrisas, de glorias, de alegrías, y dejando de lado el fútbol, no podemos olvidar nuestros carnavales, nuestras Reinas y sus cortes, nuestros corsos de agua en la plaza, pero quizás la mayor de las sonrisas de la que hacemos larde, es aquella que se dibuja y nos ilumina, cuando encontramos o reencontramos a viejos amigos que esparramados por el mundo un día “como el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar” y vuelve, y al cruzarnos por una esquina cualquiera de la Cuaró, después de un rápido titubeo nos fundimos en un apretado abrazo, y entramos a rememorar viejas sonrisas que se eternizan y proyectan.
Alguien me dijo cierta vez, que la Cuaró en algo se parece al camino de los quileros de Osiris, pues al igual que el mentado camino, tampoco es muy larga, pero suele llevar una vida en recorrerla.
Si señor, nos parecemos al camino de los quileros, y ha de ser tal vez porque allá en nuestra génesis, la Cuaró fue en si misma un camino de quileros, que gambeteando la guardia fronteriza fue tallando en el lomo de su arcilloso corazón, una picada que con el tiempo se hizo camino y contrabandeando esperanzas se hizo calle y después avenida, y por ahí anda todavía, como en sus inicios contrabandeando de quilos la esperanza.