El hombre —flaquito, débil, cansado, con miedo al hambre, callado, trasplantado del corazón— se subía a su bicicleta y pedaleaba 57 kilómetros de ida, 57 kilómetros de vuelta. La recomendación médica decía que para vivir, para cuidar el órgano que tanto le había costado —tiempo, esperas, trámites, peleas, un dinero con el que nunca hubiese soñado—, no podía levantar más de 5 kilos. Y, sin embargo, para sobrevivir, para paliar el hambre —el suyo, el de su esposa, el de sus hijos pequeños— ataba a su bici 80 kilos de contrabando. Eran los años 2000 y la postal típica de la frontera arachana era esa: los quilerosbicicleteros que viajaban a Aceguá para poner el pan en la mesa. Entre ellos iba ese hombre, que había sido uno de los primeros uruguayos en conseguir un trasplante de corazón financiado por el Fondo Nacional de Recursos.
Hubo un día, en 2001, en el que el hombre salió en la televisión de su pueblo. Y no, esta no es la historia que pretende contar esta nota. Es, sí, la que ilustra después de casi dos décadas una forma de sentir, vivir y comulgar el periodismode una muchacha que por entonces de 27 años y ahora a sus 46, no puede ni sentirlo ni vivirlo ni comulgarlo ni predicarlo de otro modo.
Una escuelita rural
“Mi principal formación fue mi escuela rural, siempre lo he dicho. Fui a la N°60 en La Mina, en la frontera con Brasil. Esa escuela significó mucho en mi formación como persona, como estudiante, porque no tenía las posibilidades de estudiar secundario (lo hizo después). Y mi escuela rural, mis maestras, fueron mi refugio”.
“Era cuando hacíamos el programa Tierra de nadie con Pablo Jackson —actualmente su pareja— en Canal 12 de Melo”, dice Silvia Techera, periodista y una referente en el rubro para el interior del país. “Julio Barreto vivía en una pieza de dos por dos con su señora y los hijos. Nosotros descubrimos esa situación y fuimos hasta Aceguá y volvimos con él. No se podía entender cómo una persona en la que el FNR había invertido miles de pesos por una operación, no tenía ni siquiera para alimentarse, le habían negado pensión en el BPS”. Después de la tele el pueblo se movilizó, una empresa del lugar le ofreció trabajo, otros juntaron dinero y le donaron unidades indexadas en el Banco Hipotecario para que Julio y su familia tuvieran una vivienda.
“Falleció hace unos años, pero si hubiese continuado con los 100 kilómetros no hubiese vivido tanto. Fue una de las primeras veces que sentí que el periodismo encarado desde lo social me atraía”.
Por aquella época el programa recibió un Premio Tabaré y fue referente en la televisión del interior. A su vez, con el paso de los años y la llegada de las redes sociales, Silvia fue trabajando ese talento —casi inconsciente— que hace que la gente se le acerque con historias, primicias, pedidos de ayuda.
Su cuenta de Facebook (hoy con casi 60 mil seguidores) pasó a ser una de las fuentes de noticias principales para personas de Melo y alrededores, y de buena parte del interior del país.
El cuadro de su vida
“Soy de pocos amores y Peñarol es uno”, responde Silvia. Asimismo, no deja de recalcar que lleva la camiseta de Cerro Largo en todos los sentidos: “Siempre trato de destacar las cosas buenas del departamento y creo que lo más grande que tenemos es el capital humano, la solidaridad de su pueblo”.
“Recibo y Publico”, escribe, así, con las mayúsculas, casi constantemente desde que tiene su cuenta. Debajo copia y pega pedidos de ayuda que aparecen en su casilla de mensajes. A veces es una llave o una billetera. Otras veces un gato o un perro perdido. “Muchos me dicen que no debería hacerlo. Quizá para algunos son cosas menores, pero a la persona que le pasa, por ejemplo, que una mascota se le pierde, ese animal es parte de la familia. Para mí son minutos y como tengo mucha gente, la gente encuentra visibilidad. También me ha pasado que si desaparece una persona, la propia policía ha recurrido a mí. Es una vía de comunicación comunitaria, creo”.
—¿Para vos el periodismo es realmente una cuestión de servicio al otro?
—Yo lo entiendo así. Lo divido en partes. Por ahí las personas no ven que no estoy solo al servicio de las redes y que hago un trabajo también de periodismo, de investigación, pero hay otro componente que tiene que ver con la comunicación social en ese sentido. Y creo que van de la mano. Yo soy 50 por ciento mi tarea, la nota que busco y edito, pero también un 50 por ciento lo que a mí me llega de parte de la gente. Si yo no tuviera a la gente quizá no llegaría tan rápido y tan pronto a la noticia. A veces tengo ahí un contenido importante que me permite posicionarme a nivel periodístico porque tengo las fuentes, que después deberé chequear.
Tierra de nadie duró poco o menos de lo que a sus periodistas les hubiese gustado, porque sí, porque en ciudad chica se hace cuesta arriba mantener un programa al aire, sobre todo cuando para sobrevivir, llevar el pan a la mesa, hay que tener dos o tres o cuatro trabajos a la vez y ponerles cabeza, alma y corazón a todos. En parte por esas vivencias la periodista arachana también se empezó a formar en la militancia por los derechos de todos los trabajadores de la comunicación —fue vice y presidenta de la Asociación de Prensa del Uruguay—.
Un lugar que elige
Silvia se mudó a Melo cuando tenía 18 años, y a pesar de que no nació ahí, es, dice, su lugar en el mundo, donde vive con su pareja y sus cinco hijos, tres nenas y dos varones que van de 10 a 24 años. “He tenido la posibilidad de irme a otros lugares en su momento, pero siempre opté por quedarme aquí”.
“En el interior vos conducís, producís, vendés avisos. Y así como cubrís policiales, vas a la cancha o a la Junta Departamental o algo cultural. No hay especialización y los recursos no son los mismos. Además que los salarios de los trabajadores son menores que los de zona metropolitana. Tenés que redoblar el esfuerzo físico y mental, para cumplir con todo. Yo creo que es un desafío importante que a veces no se reconoce o hay una mirada disminuida de los periodistas del interior. Quizá muchas veces nos falte academia —que soy una defensora de la academia y lamento que por cuestiones de la vida no pude acceder—, pero los periodistas del interior aprendemos con las herramientas que tenemos y estamos preparados para la acción en la calle”.
Silvia se formó así, mirando y escuchando a sus colegas referentes como Washington “Pibe” Sosa o Carlos Montero, leyendo, operando una cámara o un switch. Actualmente es corresponsal de Subrayado, donde siempre se ha sentido muy bienvenida, trabaja en La Voz de Melo, en el Canal 38 de Río Branco, también en Radiodifusión Nacional del Uruguay, donde coconduce La Mirada, uno de los tres programas de radios públicas que se hacen por fuera de Montevideo, los otros dos son en Salto y Artigas.
Es comunicadora en Cerro Largo y corresponsal en Subrayado. Fue vice y presidenta de APU. Con más de 20 años de carrera, se convirtió en una referente del rubro en el interior.
La vida de la periodista
Hubo un día, un día de furia, en el que Silvia —18 años, casi niña, asustada, enojada, valiente, la mayor de seis niños en una familia rural de la frontera— le pidió a uno de sus hermanos que le sacara un bolso para afuera de la casa. El padre había cruzado a Brasil, era el momento y salió a buscar una vida afuera. Pasó por la casa de su abuela, le contó su plan y esta le dio “unos pesos”. Se fue hasta el camino más cercano, hizo dedo, llegó a Noblía, notificó al juzgado que se estaba yendo y por qué lo hacía —estaba agotada de la agresividad de su padre— hizo dedo de nuevo y llegó a Melo, una ciudad que c#asi no conocía.
“No reniego de la pobreza, a uno le toca vivir lo que le toca, pero había mucha violencia. Veía a mi madre pasar situaciones que no lograba entender y un padre que me decía que hasta los 30 años íbamos a estar bajo sus pies. Mi refugio era la escuelita rural y los libros que escondía bajo el colchón para leer cuando me mandaban limpiar la pieza. Otros niños iban a casa de sus abuelos, nosotros ni eso, ni al liceo. Entonces me fui a una casa de familia a cuidar niños. Era lo que podía hacer. Ese fue mi corte. Pero todavía sigue sucediendo y las mujeres del campo son las más vulnerables. Eso también ha hecho que me embanderara con las cuestiones de género durante mucho tiempo, de haberme informado y preparado especialmente para estos temas”.
Trabajó de niñera, en una florería donde también dormía, en el frigorífico de la ciudad, en temporadas en Punta del Este. A los 20 años pisó por primera vez el estudio de una radio, una FM donde trabajaba su entonces pareja, conoció ese universo y no lo soltó más. “En la radio conocí el mundo”, dice.
Hace unos años, no muchos, le hicieron un cumpleaños sorpresa. Lo organizó un montón de gente en el Club Uruguay, uno de fachada pintadas con un pabellón inmenso y puerta de vidrio que se anuncia en una esquina arachana. Entre los souvenires que repartían había unos pegotines que decían así: “Feliz cumpleaños a la periodista del pueblo”.